viernes, 22 de junio de 2007

Manuelito

La pubertad golpeaba las puertas de Manuelito...pero su familia, compuesta por 5 mujeres tragahostias y conservadoras... le ponía llave, candado y pasador...

Manuelito vivía junto a su madre y sus cuatro hermanas en un pequeño departamentito. Juancito, como le decían las mujeres de su familia, era más bueno que el pan, parecía no tener defectos, salvo dejar la tapa del inodoro levantada de vez en cuando, actitud que le reprochaban sus hermanas.

El muchacho tenía 14 años recién cumplidos y era todo un ejemplo de adolescente: monaguillo del Padre Mario todos los domingos en la Parroquia, abanderado de su escuela, no conocía el alcohol ni los cigarrillos ni las revistas porno ni siquiera pronunciaba malas palabras. Era una excelente persona.

Pero a Manuelito lo atormentaban dudas típicas de la adolescencia referidas al sexo y desgraciadamente no tenía a quién consultarle. Su padre ya había fallecido, su madre era maestra de religión y el año pasado había sufrido una indigestión severa con hostias, sus cuatro hermanas estaban estudiando para monjas y su mejor amigo Martín, no hablaba por que era perro. El portero de su edificio le inspiraba algo de confianza pero su madre le había prohibido el diálogo con él, ya que era evangelista. Y esa gente siempre anda queriendo convertir católicos a su religión.

¿Cómo hablar de sexo entonces en un hogar tremendamente católico y conservador como el suyo? ¿Cómo decirle a su madre que pensaba todo el tiempo en tetas y en culos?
Un día tomó valor y se animó a preguntarle:

- ¿Qué es un “papo” ma?
- Eh…es…es una variedad de papa que se cultiva en Groenlandia hijito- le dijo ella.
- ¿Y un travesti?
- Tomá $ 10 para ir al ciber mi amor- le contestó- mientras metía la mano en su monedero.

Manuelito seguía teniendo dudas, buscaba respuestas y no las encontraba. Y la verdad ya estaba un poco harto de ir al cyber. Así que nuevamente insistió:

- ¿Mamá vos tenés sexo?
- Si -le dijo ella-. (Manuelito quedó sorprendido con aquella respuesta, tenía la impresión de que sería el inicio de una charla fructífera, pero la madre lo volvió a sorprender). Por supuesto que tengo sexo, soy de sexo femenino.
- ¿Que es una paja? -insistió nuevamente.
- Una planta que se utiliza para hacer los techos de las casas humildes.
- ¿Y un pajero?
- El hombre que hace los techos de paja.
- ¿Y una polla?
- La esposa del pollo (A esta altura del cuestionario la madre ya sudaba como testigo falso).
- ¿Qué es la Concepción?
- Una ciudad de Tucumán.

Manuelito ya estaba harto de las respuestas esquivas de su madre pero continuó insistiendo:
- ¿Qué es un espermatozoide y un óvulo?
- ¿Querés ir al cyber hijito?
- No!!. Quiero que me contestes...
- Suficiente jovencito – dijo enojada- Vos te estas juntando mucho con ese portero evangelista, seguramente él te mete esas ideas raras en la cabeza. Ahora de penitencia te vas a rezar un rosario en tu habitación.

Algunas veces a Manuelito le daba la impresión de que la religión solo se ocupaba del hombre de la cintura para arriba, y todo lo que estaba por debajo de ella ya era un problema de Satanás. Ya cansado de rezar el rosario durante semanas, recurrió al único hombre que conocía en busca de respuestas: El padre Mario.

- ¿Qué es un óvulo, un espermatozoide y la Concepción? –le disparó sin piedad.

- Manuelito – dijo el Padre Mario- un óvulo es una célula que producen las mujeres y que al unirse con un espermatozoide, que produce el hombre, se da la Concepción y así nacen los bebés.

El Padre Mario, zorro viejo, era consciente de que su monaguillo preferido caminaba por el borde de la curiosidad sexual, de la masturbación y no podía darse el lujo de perder otro ayudante más por culpa de este impuro pecado, entonces a modo de advertencia le dijo:

- Pero recuerda Manuelito, las semillas no deben ser eyaculadas en vano, ni desperdiciadas por que es un tremendo pecado. El esperma es sagrado, debes cuidarlo por que es tu descendencia, serán tus hijos el día de mañana. ¿Me entendés?
- Si Padre -asintió Manuelito con vergüenza.

Ahora Manuelito tenía mucho miedo y empezó a obsesionarse con el tema. Y no es para menos, con tantas mujeres en su casa compartiendo todos los ambientes y en edad de concebir, tenía terror de derramar su esperma y fecundar por accidente algún óvulo perdido en algún rincón del piso del baño.

-Hay una alta probabilidad de Concepción -se dijo preocupado.

Otra idea también lo atemorizaba: sabía que los hijos entre parientes nacían con malformaciones genéticas y problemas psicológicos. Se imaginó un hijo deforme con una teta en la cabeza, 8 dedos en cada mano y un enorme poronga en la espalda gritando papaaaá, papaaaá!! mientras le daba cabezazos a una pared. Era consciente de que este asunto del sexo lo estaba volviendo loco.

Y el peor día de su vida llegó una mañana cuando en un vívido sueño erótico se aprovechaba de la Bella durmiente que dormía como un tronco, mientras él le desprendía el corpiño. En lo más hermoso del sueño le apareció el príncipe que venía a despertarla con un beso y él no tuvo más remedio que cagarlo a patadas. “Ni se te ocurra despertarla" le dijo al príncipe. Al rato aparecieron los siete enanos y Manuelito los invitó a sumarse. Le siguieron Pinocho, Blancanieves con un body transparente y el Gato con botas vestido todo de negro y con látigo en mano. Y en lo mejor del sueño...Ahhh!!!…Ahhh!!!... Ahhhhhhhh!!!. Se despertó abruptamente y notó su slip empapado.

- ¿Me hice pipí? –se preguntó- no creo, ya tengo 14 años.
Y al observar más detenidamente su ropa interior supo que había derramado el líquido sagrado del que le había hablado el Padre Mario y lo que más le angustió fue la excesiva cantidad. Quizás pensó que a mayor cantidad de esperma derramado, mayor sería el castigo divino.

- Soy un asesino- se dijo entre lágrimas- maté sin piedad a mis propios hijos, no tengo perdón de Dios.
- ¿Que te pasa Manuelito? –dijo su madre- que irrumpió en su cuarto.
- ¡¡Soy un asesino en masa mama!! ¿No te das cuenta?- decía el muchacho con tremendo pesar en el alma.
- ¿De qué hablas Manuelito?
Y Manuelito, con mucha vergüenza, le enseñó el slip a su madre que aún no entendía nada de lo sucedido.
- Antes de que mueran en el lavarropas, besen a la abuela por última vez -dijo el muchacho- y le estampó el húmedo calzoncillo en la cara.